Recuerdo en mis treinta años (hace treinta ya), mis rutinas diarias eran, levantarme temprano para ir a dejar a mi hija al colegio, regresar, atender a mi marido antes de salir a su trabajo y en seguida, acomodar mi horario para volver a salir por mi hija a medio día, después de haber ordenado mi casa, darme un baño y arreglarme para preparar la comida; todo el día se iba prácticamente en lo mismo, pero se vivía una paz tan grata, que las horas aunque fueran tan rutinarias, terminaban en un cómodo sillón viendo la televisión, o escuchando música o simplemente durmiendo... todo en una armonía total.
Qué maravillosos tiempos aquellos en que la corta conversación que entablaba con la vecina cuando barríamos las hojas de los árboles sobre la calle frente a nuestra casa, me proporcionaba, novedades, recetas, chistes, chismes, etc. Y no se diga de las tardes de verano, de limonada fresca en la cochera, viendo el sol ponerse en esa hermosa montaña que está justo frente de mi hogar mientras mi hija hacía su tarea.
Qué maravillosos tiempos aquellos en que la corta conversación que entablaba con la vecina cuando barríamos las hojas de los árboles sobre la calle frente a nuestra casa, me proporcionaba, novedades, recetas, chistes, chismes, etc. Y no se diga de las tardes de verano, de limonada fresca en la cochera, viendo el sol ponerse en esa hermosa montaña que está justo frente de mi hogar mientras mi hija hacía su tarea.
Sumergida en mis pensamientos o meditaciones contemplaba aquella belleza natural, cuando de pronto se escuchaba sonar el teléfono (fijo, por supuesto) y corría a contestar apresurada, pero siempre eran llamadas… (como las cortas conversaciones con la vecina por las mañanas): un saludo de mi mamá o de una amiga o de mi marido para preguntar si se ofrecía algo antes de llegar; para una invitación a una reunión de amigos o baby shawer de futuras mamás, etc, y al terminar, me volvía a la mecedora a seguir contemplando el atardecer para luego comenzar a preparar la cena, recibir al viejo y despedir un día más.
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Hoy, a treinta años después y desde hace ya unos ocho o más años atrás, se generó la idea de promover productos o servicios fuera de los medios de comunicación, o sea que a uno o más pendejos se les ocurrió la “gran idea” de llegar directamente al consumidor, contratando eventuales para capturar los datos confidenciales de particulares para posteriormente con otros eventuales, estar llamándolo constantemente a su casa, sin importar horario ni día de descanso... el caso es, lograr a toda costa, que del porcentaje que se programa para joder, al día, ver cuántos caen con las mentirillas... digo, maravillas del mundo que nos ofrecen.
Por supuesto que todo esto se contempló en base al beneficio $$$ de las empresas, y no quiero metrme en predicamentos de especificar el monto del ahorro que obtendrían, para qué, a final de cuentas lo que yo quiero exponer hoy, es que soy una de los tantos afectados por esta invasión, que no tenemos ni voz ni voto para defendernos de estas cuestiones “de ley, que se contemplan como no ilegales.”
(continuará)
